A esa muchacha grácil y femenina,
de belleza singular y ternura divina,
tan real y lejana, tan llena de alegría,
que no sabe aún, no adivina,
los altibajos que da la vida.
Yo quisiera cuidarla y protegerla,
pero cada quién lleva sus rosas, sus espinas,
y cada quién consigue entre sus lunas nuevas,
sus desolados amaneceres de agonía.
A esa muchacha tan linda y tan ingenua,
que empezó a correr sin conocer frontera,
que despierta a la gran mujer que ella lleva,
esa mujer romántica de luces y entregas,
de amor, de fragua y de mil estrellas,
yo quisiera cuidarla y protegerla,
pero cada quién lleva sus rosas, sus espinas,
y cada quién consigue entre sus lunas nuevas,
sus desolados amaneceres de agonía.
A esa muchacha de alas inexpertas,
que vive con sus ansías recién descubiertas,
y que mira su vuelo con gran cautela,
encontrará en su festín, la libertad,
o quizá caiga en malas manos y poco a poco muera.
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